Por Claudia Korol*
Dos años atrás a esta hora, cerca de las cinco de la mañana, sonó el teléfono de mi casa y enseguida un grito desgarrador: “¡mataron a Berta!”. El llamado llegaba desde Cuba.
Joel repetía: “¡Claudia, mataron a Berta!”. “No puede ser”, respondía yo. Minutos después llamé a Norita Cortiñas, con quien compartimos tantas acciones por la libertad de Berta: “Norita, mataron a Berta”, le dije como pude varias veces. “No puede ser”, decía Norita. No puede ser.
La cadena siguió toda la madrugada. Al rato salí de casa y tomé un vuelo que tenía programado para Colombia, a un encuentro con hermanas feministas. La última vez que nos habíamos visto con ellas, estábamos con Berta en el Congreso por la Paz. Cuando estaba en el aeropuerto –como ahora- seguía diciendo sola “no puede ser”.
“No puede ser”, digo ahora. Y siento unas ganas tremendas de gritar, de llorar, de empujar la historia a patadas, hasta el minuto antes de aquel, en que los sicarios le dispararon.
Berta me falta desde entonces. Berta nos falta. Una lluvia de ausencias se amontona a su alrededor. Porque falta su palabra, su abrazo, su risa, sus enojos, sus deseos, su complicidad, su amistad tan plena, tan sin fisuras. Falta esa sensación que se creaba a su alrededor, de magia cotidiana. Falta el vino compartido, y las historias caminadas.
Berta me acompaña desde entonces. Berta nos acompaña. Para algunas es semilla, para otras es río. Para mí es una estrella en el camino.
En estos días en que la vamos nombrando y recordando en diferentes encuentros, en distintos rincones del continente y del mundo, cuando veo a sus hijas e hijo tallar su rostro en la historia con una fortaleza que sé de donde les llega, cuando veo a las copinas y copines ahí de pie, apretando los dientes para seguir la huella, cuando veo que siguen cayendo presos algunos -no todos- los responsables del crimen –ayer mismo el gerente de DESA-, cuando veo que en las asambleas que realizamos en diferentes lugares del país y del Abya Yala convocando al Paro Internacional de Mujeres el próximo 8 de marzo, comenzamos nombrando a Berta, cuando encuentro en los tribunales feministas contra la justicia patriarcal, la exigencia de justicia para todas las Bertas, constato que Berta se multiplicó, pero no porque lo diga la consigna o nuestro deseo, sino porque ahí está, nombrada por tantas mujeres rebeldes.
Berta me falta y me acompaña. Antes del crimen le escribí muchas veces, por cosas tan cotidianas relacionadas con la vida de sus hijos, o por cosas tan increíbles como soñar la refundación de Honduras, o por cosas tan necesarias como bordar un puente entre las luchas del pueblo lenca y del pueblo mapuche, o por cosas tan íntimas como compartir dolores y amores. Ahora le escribo en el aire, y la nombro como si pudiera regresarla en ese acto. Y sí la regreso, pero la regreso ausente, y eso me llena de rabia. Me dan unas ganas tremendas de llorar y de gritar. Entonces ella vuelve por sus propios medios y se ríe de mi impotencia, y me dice, “vamos hermana, vamos a despertar a la humanidad, que ya no hay tiempo”.
Yo le digo, “Berta, no jodas. Sos vos la que despertás a la humanidad. Sos vos con toda tu ausencia”. Ella se ríe y me corrige. “Son los pueblos, compita. Son los pueblos”. Berta me pregunta como tantas veces, con un temblor de madre en la palabra: “¿Cómo están los cipotes?” La magia cumple su ciclo y yo le digo. “Vieras qué fuertes, que íntegros, qué Bertas que están”.
Nos despedimos. Es la hora de despertar. Es la hora de volver a levantarse. El mundo arde en todos los rincones, desde la Patagonia rebelde hasta Paraguay, Colombia, Venezuela, Kurdistán. No hay derecho a cansarse, cuando la injusticia estalla en nuestros ojos. “Ahí vamos de vuelta, Berta”, susurro. “Nos vemos en las luchas, bajo la lluvia de ausencias, y en cada estrella de rebeldía”.
*Claudia Korol compartió su texto en el marco del Tribunal Ético Feminista que juzga la justicia patriarcal en la Plaza de las Mujeres-ex Italia el sábado 4 de marzo de 2018, en Asunción.