La situación de las mujeres en el mundo
Han pasado siglos desde que las estructuras culturales se han erigido y las costumbres, en lo que hace tanto a la conducta masculina como a la femenina, se han ido transmitiendo de generación en generación. Siglos también han pasado desde que el desarrollo de los pueblos creó las condiciones para que se institucionalizara la desigualdad, esa que es resultado directo del devenir de la historia mundial.
En 1868, Carlos Marx escribió: “Cualquiera que conozca algo de historia, sabe que los grandes cambios sociales son imposibles sin el fermento femenino”. Sin embargo, a las mujeres se nos invisibiliza, se nos silencia y se nos reprime para nutrir el mito que sustenta la inferioridad de las mujeres. ¿Hasta cuándo hemos de soportar tanta violencia sistemática y estructural?
Pareciera que todo conspira para instaurar un estado de cosas como el que se da desde siempre. Religión, costumbres, cultura, legislación, educación: se requiere un esfuerzo que vaya más allá de lo individual, algo que barra con todo lo que está constituido y que procura naturalizar el sometimiento de las mujeres. Se requiere, no una simple reforma en diferentes campos aislados e inconexos, sino de una revolución cultural. Con la problemática actual provocada por la industrialización y los agronegocios, el mundo entero está en peligro de extinción. Ya no se trata de un asunto de coyuntura, esto es algo que trasciende nuestra generación y se corre el serio riesgo de dejar a la siguiente a su suerte. Es posible revertir esta situación sólo con una revolución integral, en donde se rescaten los valores y las virtudes de nuestros antepasados, conjugados con lo más humano de la ciencia y la técnica. Las mujeres tienen un papel fundamental dentro de este proceso en construcción.
La experiencia que nos brindan años de lucha y resistencia dentro de una organización campesina e indígena, con perspectiva de género y clase, nos permite montar un escenario de propuestas alternativas al régimen patriarcal que, desde la noche de los tiempos, pretende subordinar a la mujer por su sola condición de sexo. La igualdad de género debería ser un objetivo político y estratégico de toda la sociedad civil. Un pueblo que da oportunidad a todos y todas, sin detenerse en estudiar su género, su raza, sus condiciones económicas, su opción sexual, es aquel que está por encima de los postulados impuestos por el sistema.
Pero, querámoslo o no, nos encontramos inmersos en el modelo capitalista excluyente que se basa en la supuesta supremacía de un sexo sobre otro y acentúa la explotación de las mujeres en su afán de ganancia. No obstante esta realidad, hoy día la emancipación, tal vez, dejó de estar en el campo de la especulación. Hoy día, nuestra utopía de otro mundo posible encuentra su oportunidad más maravillosa en la crisis del capital. Es tiempo de medir fuerzas y de demostrar la violencia del neoliberalismo que lleva a nuestro mundo a niveles de perversión y barbarie jamás vistas. La ambición desmedida de los empresarios y la ciencia al servicio del capital han creado un caos; ahí tenemos la crisis alimentaria, el cambio climático, la agricultura mecanizada, el consumismo alienante y otros engendros de esta sociedad globalizada.
En las ciudades, cuando no se ven empujadas a la prostitución y la inseguridad de las calles, las jovencitas son presas de las corporaciones que las explotan bajo condiciones de precariedad, contratos por breve tiempo, salarios bajos y un intenso ritmo de trabajo. Los medios de comunicación, a través de la moda y las telenovelas, les dictan qué ropas usar, qué sentir y cuándo, qué llevarse a la boca y, sobre todo, que comprar y cuánto. La educación mediocre que reciben no las prepara para enfrentar el mundo fuera del hogar paterno; de esta forma, su dependencia y vulnerabilidad garantizan su sometimiento.
En el campo, las cosas no son más alentadoras. El alcohol ha destruido familias enteras, la falta de oportunidades ha hecho que muchos miembros de la familia rural emigraran hacia horizontes inciertos. Con la introducción de los agronegocios, la soja y otros cultivos transgénicos, los monocultivos y la existencia de los latifundios, el problema se agrava para las comunidades campesinas y los pueblos indígenas. En este contexto, la mujer es la víctima más frágil. Siendo un factor primordial en el proceso de la producción agrícola, la mujer que trabaja la tierra ve amenazada la sabiduría heredada en las técnicas de cultivo y recolección. Se le patentan sus semillas, se le priva de sus tierras, se la obliga a ser parte de ese engranaje en que la productividad debe tener el menor costo posible y en que la búsqueda incesante de lucro beneficia sólo a unos cuantos.
Así las cosas, nuestra visión de mundo está basada en la ternura y la solidaridad. Las mujeres organizadas en los sectores popular, campesino e indígena vivenciamos a diario los efectos de la pobreza, el manoseo de nuestros derechos laborales y humanos, la necesidad de migrar en busca del bienestar propio y de nuestras familias, la discriminación en total impunidad. Pero, incluso en los más difíciles momentos de ofensiva, las mujeres organizadas mantenemos la esperanza y las ansias por conquistar nuestros espacios justamente merecidos. Seguimos y seguiremos el camino que han trazado para nosotras miles de mujeres que hoy nos alientan a sostener la bandera de lucha. Inspiradas en ellas, en sus ideas transgresoras, en la nobleza de sus espíritus y en sus voces que suenan fuertes y claras, queremos caminar, aun con espinas y descalzas, el sendero de la libertad.