La lucha por los derechos sexuales y reproductivos
En esta segunda parte de la entrevista, Alicia Amarilla, coordinadora nacional de Conamuri, nos habla sobre un desafío que tiene la organización, como es encarar la lucha por los derechos sexuales y reproductivos en un espacio donde confluyen diferentes generaciones de mujeres.
En esta fase de la Campaña «Basta de violencia hacia las mujeres del campo», que más que una campaña es para Conamuri una bandera de lucha, nos toca profundizar un tema de cuyo debate no podemos estar ausentes, como son los derechos sexuales y reproductivos.
En Conamuri hay dos líneas de pensamiento que colisionan entre sí: un grupo de compañeras con un perfil más conservador y otro con una apertura mental y aceptación de la diversidad, como son las más jóvenes. Esa resistencia por parte de las compañeras de más edad se debe, antes que nada, a la fuerte influencia de la religión en las comunidades. Aún así, hay una realidad que no se puede negar: tenemos compañeros y compañeras LGBT que se acercan a la organización con inquietudes y necesidad de acompañamiento, ellos y ellas salen huyendo de sus comunidades por los prejuicios, sufren mucha discriminación, no tienen apoyo familiar, entonces se suman al grueso de los sintierra como una minoría incluso más excluida que el que constituyen el campesinado o los pueblos indígenas de por sí. Hay que escucharles, tanto a las chicas como a los varones de orientaciones sexuales diferentes, para saber cómo forzar el debate dentro de la organización, un debate movilizador que lleve a la acción.
Los tiempos actuales propician nuestra reflexión sobre temáticas de esta envergadura como mujeres campesinas e indígenas; lo mismo pasa con el aborto, que es un tema poco discutido al interior de la organización justamente por esa resistencia. Siempre vamos a estar navegando en un mar de contradicciones, es parte de la vida colectiva y de aceptar la individualidad dentro del tejido social. Hasta hace poco no había condiciones para discutir estos asuntos, había mucha doble moral, porque las mujeres del campo sabemos que esta es una realidad que existe y, aun así, muchas no querían abordarla. Las mujeres campesinas sabemos usar plantas medicinales para interrumpir un embarazo no deseado, si no vamos a llenarnos de hijos a los que difícilmente les podamos dar una vida digna. Pero hay mucha reserva, no es algo para compartirlo con las demás. Con las jóvenes sí hay un debate interesante, hay mayor tolerancia y capacidad de aceptar las nuevas consignas de lucha, han crecido a la sombra de un feminismo cada vez más sólido y que se ondea a través de las redes sociales y por la difusión de las nuevas tecnologías de comunicación, por eso son más despiertas, conocen mejor sus derechos y el papel que el Estado debe asumir en estas circunstancias.
Hay que tomar una postura institucional, y creo que el nuevo frente de esta campaña contra la violencia hacia las mujeres nos brinda esta posibilidad. A través de ella vamos a ir edificando poco a poco un discurso único y una línea política de acción que llegue a asimilarse a las demás banderas de lucha que tiene desde siempre Conamuri. Organizaciones internacionalistas que son referentes de la lucha campesina han logrado trabajar estos temas desde un enfoque político, no sin ciertas contradicciones, como el MST de Brasil, que trabaja la línea LGBT sin tierra, pese a sus orígenes fuertemente vinculados a la teología de la liberación, o La Vía Campesina misma, que de alguna forma todavía incipiente viene incorporando de a poco estos frente de lucha.
En este sentido, es importante reconocer la valiosa contribución de las mujeres urbanas; ellas dan otra mirada de la realidad que es imprescindible tener para una lectura desde la diversidad, y estamos muy contentas de esta articulación campo-ciudad que venimos levantando a medida que vamos conquistando espacios.
Conamuri fue de las primeras organizaciones campesinas en Paraguay que comenzó a hablar del género como una reivindicación histórica, de la emancipación de las mujeres para la transformación social. Ese rol transgresor hoy mira la realidad con todas las contradicciones que se puedan tener, pero con la claridad de que hay que seguir avanzando hacia la consolidación de una organización más justa e igualitaria.
Creo que nuestro fuerte siempre fue y será la agroecología y el aporte del feminismo desde la agricultura campesina, esta es nuestra línea, pero con respecto a los derechos sexuales y reproductivos todavía hay cierta apatía por las razones ya expuestas. Incluso entre las mujeres campesinas y las mujeres indígenas hay ciertas diferencias. Las compañeras indígenas no ven el aborto desde la culpa o la moral, si no quieren tener hijos proceden a interrumpir el embarazo no deseado y siguen su vida. Desde esa aceptación es más llevadera la lucha por el aborto legal, seguro y gratuito.
Sí hay una presencia muy marcada de la religión en las comunidades que logra que veamos nuestro propio cuerpo como un territorio ajeno, que no nos pertenece, y al que siempre tenemos que someterlo a los dictados de la sociedad. Hablar de aborto es pecado, hablar de lesbianas y homosexuales es pecado. No podemos avanzar porque hay una intromisión permanente, sobre todo, de las iglesias protestantes. Lo que aprenden las compañeras que participan de los talleres de formación se borra al asistir al templo o la capilla y esto es un desafío grande que tenemos porque ellas no observan cómo están retrocediendo nuevamente en sus libertades como personas.
Entonces, para concluir, es un problema generacional que tenemos que tratar de resolver a través de las herramientas que ofrecerán los espacios de formación de la Campaña «Basta de violencia hacia las mujeres del campo». Las jóvenes aceptan discutir y reflexionar sobre estos temas, instruirse; las de más edad son intransigentes en su mayoría. Esperamos abrir la mente y encontrar la forma de construir la confianza para hablar estos temas tan sensibles y necesarios. De esa forma vamos a posicionarnos como mujeres de la clase trabajadora y fortalecer esta línea de trabajo que no solo aportará en la disminución de la violencia de género, sino que también ayudará a aumentar la autoestima de las compañeras y a fortalecer las bases comunitarias.