El enfoque de los derechos humanos en la lucha de las mujeres rurales
La importancia de la soberanía alimentaria radica hoy día en que, simplemente, es la única alternativa de continuación de la vida. Para las mujeres que vivimos en el área rural, campesinas e indígenas, no hay duda respecto a eso.
Mientras el modelo agroexportador y dependiente continúe cerniendo su amenaza sobre los recursos energéticos y naturales del planeta, y mientras las empresas transnacionales sigan teniendo potestad, otorgada por los Estados, para extender su hambre de lucro, las mujeres campesinas e indígenas sabemos que de aquí a poco, no será viable la vida en la Tierra.
Este modelo económico, social y político, que beneficia a unos pocos en desmedro de la inmensa mayoría, se nutre de las niñas y los niños desvalidos y sin acceso a la educación, se nutre del joven explotado que vende su fuerza de trabajo por unas cuantas monedas, de la indígena que da a luz a un hijo con problemas genéticos a causa de la exposición a los agroquímicos, de la campesina que debe dejar a su familia en busca de mejores horizontes, de las riquezas forestales, mineras y acuíferas pertenecientes a naciones con su soberanía siempre en la cuerda floja, se nutre de la miseria, la ignorancia y las penumbras que cubren ampliamente al planeta. Este modelo económico, social y político sólo reporta capital concentrado en contadas manos, y sus garras tienen alcance mundial.
En todo este contexto, la mujer es la parte más vulnerable del problema. Al no poder lidiar contra eso que afecta su calidad de vida y la de sus hijos, al chocar contra una cultura patriarcal que le crea obstáculos en el momento de procurar soluciones a sus reclamos, al no poder organizarse como campesina e indígena porque hay discriminación, porque hay prejuicio, ignorancia o temor a las represalias, la mujer olvida su rol fundamental en la producción agrícola campesina. Nosotras sabemos, sin embargo, que no habrá verdadera reforma agraria integral sin la inclusión de la mujer dentro de los lineamientos generales que se pretendan desenvolver.
La situación, entonces, se vuelve más crítica. Somos las mujeres y los niños los que más sufrimos enfermedades y muertes como resultado de la pobreza extrema. La falta de tierra y pan ha propiciado que muchos de nuestros hermanos se pierdan en el vicio del alcohol. El alcohol puede acunar más fácilmente la violencia doméstica, el abuso de las menores de edad y el suicidio.
En el marco de estas circunstancias que se van tejiendo, surge la cuestión de género como una de las piezas de la problemática actual. Las mujeres, sobre todo las campesinas, las indígenas y todas las que conformamos la clase trabajadora, vemos como una necesidad imperiosa la instalación de la reforma agraria integral, en el sentido de ir construyendo una mayor justicia social, frente al proceso de cambio en el que está enclavada la democracia paraguaya.
La experiencia que nos brindan años de lucha y resistencia dentro de una organización campesina e indígena, con perspectiva de género y clase, como es la CONAMURI, nos permite montar un escenario de propuestas alternativas al régimen patriarcal que, desde la noche de los tiempos, pretende subordinar a la mujer por su sola condición de sexo. La igualdad de género debería ser un objetivo político y estratégico de toda la sociedad civil.
Pero en las ciudades, cuando no se ven empujadas a la prostitución y la inseguridad de las calles, las jovencitas son presas de las corporaciones que las explotan bajo condiciones de precariedad, contratos por breve tiempo, salarios bajos y un intenso ritmo de trabajo. Los medios de comunicación, a través de la moda y las telenovelas, les dictan qué ropas usar, qué sentir y cuándo, qué llevarse a la boca y, sobre todo, que comprar y cuánto. La educación mediocre que reciben no las prepara para enfrentar el mundo fuera del hogar paterno; de esta forma, su dependencia y vulnerabilidad garantizan su sometimiento.
En el campo, sin embargo, las cosas no son más alentadoras. La falta de oportunidades ha hecho que muchos miembros de la familia rural emigraran hacia horizontes inciertos. Con la introducción de los agronegocios, la soja y otros cultivos transgénicos, los monocultivos y la existencia de los latifundios, el problema se agrava para las comunidades campesinas y los pueblos indígenas. En este contexto, la mujer es la víctima más frágil. Siendo un factor primordial en el proceso de la producción agrícola, la mujer que trabaja la tierra ve amenazada la sabiduría heredada en las técnicas de cultivo y recolección. Se le patentan sus semillas, se le priva de sus tierras, se la obliga a ser parte de ese engranaje en que la productividad debe tener el menor costo posible y en que la búsqueda incesante de lucro beneficia sólo a unos cuantos.
Así las cosas, nuestra visión de mundo está basada en la ternura y la solidaridad. Las mujeres organizadas en los sectores popular, campesino e indígena vivimos a diario los efectos de la pobreza, el manoseo de nuestros derechos laborales y humanos, la necesidad de migrar en busca del bienestar propio y de nuestras familias, la discriminación en total impunidad. Pero, incluso en los más difíciles momentos de ofensiva, las mujeres organizadas mantenemos la esperanza y las ansias por conquistar nuestros espacios justamente merecidos. Seguimos y seguiremos el camino que han trazado para nosotras miles de mujeres que hoy nos alientan a sostener la bandera de lucha. Inspiradas en ellas, en sus ideas transgresoras, en la nobleza de sus espíritus y en sus voces que suenan fuertes y claras, queremos caminar, aun con espinas y descalzas, el sendero de la libertad.